miércoles, 16 de junio de 2010

El entierro de D. Álvaro de Carvajal.

Narración de las exequias fúnebres y entierro de D. Álvaro de Carvajal Zalamea, uno de los hombres más benéficos de la historia de Los Santos, que comprometido con los más necesitados, invirtió una gran parte de su fortuna, que no era poca. En atención a los mismos mandando edificar un Hospital Iglesia y Preceptoría (El equivalente actual a un Instituto de Bachillerato.) en la Calle de las Huertas, (hoy calle del Maestro Rasero), cuya construcción se conserva prácticamente integra, edificio dedicado en la actualidad a fábrica de pan.

ENTIERRO DE D. ALVARO DE CARVAJAL ZALAMEA.

FUNDADOR DEL HOSPITAL/PRECPETORIA E

IGLESIA DE LA PURISIMA CONCEPCIÓN DE MARÍA

EN LOS SANTOS DE MAIMONA.

(Basado en el testimonio de un un testigo presencial del hecho,Primera parte).

Dos filas interminables compuestas exclusivamente por hombres, se mueven lentamente por un camino de tierra, llamado de Sevilla, de cierta amplitud y encajonado entre paredes de piedra.

Descubiertos en señal de respeto, de oscuro, más bien de negro, con la ropa que guardan para ocasiones especiales, se van acercando a las primeras casas del pueblo. Bajas, de barro o adobe, con grandes desconchones las más, muy humildes, con puertas y postigos estrechos, y ventanucos que dejan pasar escasamente la luz, van sucediéndose a lo largo del trayecto .A lo lejos se oye la campana mayor de la Iglesia doblando a muertos y queriendo competir con ella, las de las ermitas y capillas que dispersas se encuentran en el casco de la población. Se distingue al principio una gran Cruz procesional de plata , portada por el Sacristán Mayor dela Parroquia, revestido con los ornamentos propios de las grandes celebraciones: Sotana y sobrecamisa blanca. Le flanquean cuatro mozalbetes de no más de l2 años con otros tantos faroles que a duras penas son capaces de mantenerlos firmes. A simple vista se percibe que son nuevos o han sido cuidadosamente pulimentados en fecha reciente. Los hábitos de los monaguillos son de estreno, de color morado, ajustándose a unos mejor que a otros, y en sus rostros , mas bien morenos y con algún desaliño en el pelo, se muestran con cierta solemnidad y no menos orgullo por ser conscientes de estar desempeñando un importante papel en aquel desfile. Dejan a la derecha, antes de entrar en la primera calle del pueblo, a la que llaman también de Sevilla y que resulta ser una de las principales de acceso a la villa, una hondonada, en cuyo final se divisa una pequeña fuente, a ras de tierra, de solo un caño que vierte en un pilón de aproximadamente dos metros de largo por uno de ancho y escaso medio de alto, en el que suelen abrevar a esa hora los animales de labor que regresan de sus tareas agrícolas y algunos rebaños de ovejas y cabras y haciendo corro pastores, gañanes aperadores y labradores. Hoy sin embargo permanece solitaria. Más abajo, junto al camino de Llerena, otra fuente pública también abastece a animales y personas; el sobrante riega las huertas que se encuentran entre aquél y el cabezo que llaman de la Horca y que desde tiempo inmemorial denominan de la Garrafa. A la derecha también de la comitiva y sola en suave pendiente que llega justo a las traseras de una ermita erigida en tiempo que se desconoce en honor de los Santos Mártires San Fabián y San Sebastián, se extienden los ejidos del mismo nombre, dónde los labradores suelen instalar sus eras. Hoy solo ocupada por algunas bestias de labor que pastan tranquilamente con las extremidades inferiores trabadas.

En el medio de aquellas filas, formando otras dos caminan con la misma parsimonia seis frailes de hábitos oscuros, muy desgastados, casi descalzos, con la capucha cubriéndoles totalmente el rostro y las manos entrelazadas, entonando las preces y cantos fúnebres que dirige el oficiante principal. Son los Franciscanos del Convento de la Mina de Zafra y de la Lapa, congregaciones más próximas a Los Santos cuya presencia resulta obligada en los entierros de personas de cierta relevancia social como queriendo poner una nota de humildad en los actos de mucho boato. En medio de los frailes, sobre una parihuela con seis brazos, envuelta en una tela negra de indudable calidad, ribeteada con bordados de oro y flecos con hilos del mismo metal, una caja o ataúd de grandes proporciones, asimismo negra, extraordinariamente bien labrada, de cedro, con cuatro angelotes en cada esquina que más que tallados parecen esculpidos en la misma madera. Sobre la tapa, un crucifijo de marfil blanco que ocupa toda su superficie. Los porteadores, seis, de mediana edad, bien vestidos, con chupa, calzón y camisa, con gola sin abullonar, envueltos en una capa negra de medio largo, y con calzas nuevas, descubiertos entre los que sobresale uno de tez muy morena, cabeza pequeña, ojos negros almendrados y nariz aguileña, de estatura inferior al resto, con cejas no muy pobladas y completamente rasurada la barba y que a simple vista no se corresponde con los patrones de la raza europea, pertenece seguramente a la servidumbre del difunto en las lejanas tierras de la Indias.

En los tramos centrales de las dos hileras, junto a la caja, los hombres portan velas, más bien antorchas o cirios, dado su tamaño. Sobre sus hombros hasta casi las rodillas van cubiertos por un paño a modo de capa o sobrepelliz de reciente factura ,pero dejan entrever que bajo la misma llevan una vestimenta muy deteriorada, casi indecente, que dan idea de la extracción social de los mismos .Uno en particular, arrastrando los pies con síntomas de fatiga uniendo a su edad, los estragos propios de la mucha necesidad que sin duda ha padecido y que debe ser auxiliado en algunos momentos del trayecto, pues cuenta con alrededor de ochenta años y evidente signos de tristeza, hace pensar que es de los beneficiados en el Hospital y seguramente lo conoció en vida.

Al entrar en la citada calle de Sevilla, los porteadores ,pierden el compás que hasta ese momento llevaban, trastabillando seguramente debido a lo irregular del empedrado que en esa zona está muy descuidado, y prácticamente desaparecido, notándose el esfuerzo cuando el peso no se reparte uniformemente. En la intersección con la de los Mártires, se detiene la comitiva a toque de un esquilón que lleva un joven, bien vestido, con sayón y calzón abullonado, botines y camisa con gola, seguramente un paje o servidor del Hospital, variando el tono de los cánticos que es contestado, mas por rutina e intuición, por quienes escuchan al Oficiante principal que va inmediatamente detrás del túmulo mortuorio: Son clérigos, frailes, presbíteros y capellanes que acompañan a la comitiva. Los responsos, llamados posas, se sucederán a lo largo del trayecto, seguramente más de veinte, por que esa cifra aumentaba o disminuía según la calidad del difunto. Desde la marcha de algunos vecinos a las tierras recién descubiertas, el número de presbíteros se ha incrementado notablemente puesto que los que han hecho fortuna en aquellas tierras suelen dedicar parte de ella en obras pías y perpetuas memorias servidas por capellanes a los que se les provee de un estipendio suficiente para mantenerse con cierto decoro.

Junto al Oficiante mayor, Provisor del Priorato de San Marcos de León de quién depende canónicamente Los Santos de Maimona, están el Cura Propio y Párroco, los tres coadjutores y un acolito que sostiene el incensario, todos perfectamente revestidos con sotana, alba y Capa Pluvial en la que se observan los escudos de armas de la familia Carvajal bordados en oro, inmediatamente detrás, los seis capellanes, tres de la Iglesia de Hospital y otros tres de la Capilla del Rosario, también perfectamente uniformados en sus vestiduras sacras, con gesto serio y en algunas ocasiones emocionados. Casi todos ellos familiares del difunto. Levemente adelantados a los mencionados, pasan los estandartes correspondientes a las hermandades más antiguas de Los Santos: El del Santísimo, portado por un presbítero y el de las Ánimas, por su mayordomo, Juan Moreno el Mozo. Un poco más atrás, se congregan, con cierto desorden el resto de sacerdotes, presbíteros y capellanes que en más de unas treintena se han convocado para este solemne cortejo. No todos con los mismos ornamentos sagrados ni con el mismo boato; se aprecian algunas sotanas desgastadas y otras sin embargo relucientes. También en el orden sacro existen diferencias. Acompañan a este grupo, aquellos que están estudiando para recibir las Órdenes mayores, Luís de Luna y Fernando de Zayas, que no superan los dieciocho años de edad y que ocasionalmente se encuentran en el pueblo. Han llegado también tonsurados de otros pueblos vecinos. De Zafra, además del Padre Guardián del Convento Franciscano de la Mina, muy relacionado con Los Santos, el capellán de las Monjas Clarisas, natural de ésta villa de Los Santos, el Párroco mayor de la Candelaria, futura Colegiata. de Usagre, el mayordomo del convento de monjas, de Bienvenida el párroco ,de Valencia de la Torres también su cura propio y así mismo el de la Hinojosa y la Puebla de Sancho Pérez .No han querido faltar tampoco alguno de los religiosos que en Sevilla prestaron los últimos auxilios espirituales al difunto.

Don Francisco de Cárdenas Carvajal, sobrino carnal de D. Álvaro, como familiar más intimo de los que acompañan al cortejo, y presidiendo el duelo civil, se sitúa en el centro del grupo de acompañantes que van inmediatamente detrás de la caja, con gesto serio ,de facciones duras, no muy alto pero sin duda arrogante de alrededor de cuarenta y cinco años con vestiduras de terciopelo negro, botonadura de oro y colgándole del pecho un medallón que seguramente ha heredado de sus mayores como recompensa a algún servicio que les prestaron a las corona. (La familia Cárdenas ha arraigado en Los Santos desde antiguo. No en vano son parientes directos de Alonso de Cárdenas, último Gran Maestre de la Orden de Santiago a finales del s. XV que tuvo su residencia en Llerena, a quién la Reina Católica le debe seguramente que nuestro pueblo y los pertenecientes al priorato de Llerena mantuvieran la fidelidad a aquella en las Guerras de Sucesión con la pretendiente Dª Juana. Posteriormente en las guerras de Granada, junto con alguno de los miembros de la familia Carvajal de Los Santos, mantuvo un papel relevante por lo que no es de extrañar que familiares del Gran Maestre consiguieran entrar en la Encomienda de Los Santos, muy apreciada por su rentabilidad económica. Así por ejemplo, Francisco de Cárdenas, sin duda pariente directo del sobrino, estuvo al frente de la misma en el reinado de los Reyes Católicos. Descendiente de D. Gutiérrez de Cárdenas, hermano del Maestre y que desde luego no dejó buen recuerdo al frente de la Encomienda, según afirman algunos testigos. La depravación de éste hizo que el Consejo de Ordenes lo desterrara de Los Santos confinándolo primero en Llerena y posteriormente en Fuentes de León. Las armas de estos Cárdenas pueden todavía contemplarse tanto en la fachada del Hospital como en la de las casa de los Ovando). Conversa D. Francisco en voz baja con otro pariente de su tío, Juan de Carvajal, que desde pequeño lo ha acompañado en indias viene a rendirle el último tributo. Esta fila la componen además de los expresados, Cristóbal de Cárdenas, hijo de Francisco, muy joven de penas l8 años, y don Rodrigo, también pariente del finado aunque un poco más lejano. Parte de sus ascendientes fueron masacrados en la batalla de la Axarquía, último de los golpes audaces de los moros previos a la conquista de Granada, que pudo costarle la vida al mismo Maestre. La riqueza de sus vestidos y el talante que muestra en el cortejo fúnebre dan idea de lo poderosa que debe ser esa familia en los Santos. Lleva espada de caballero hijodalgo con los escudos de su familia en la empuñadura y a lo largo de la vaina. Las botas, muy bien curtidas, y capas están adornadas con riquísimos bordados en azabaches .Sigue en alguna ocasión los rezos de los sacerdotes pero las más de ellas mantiene conversación con sus parientes, sobre todo el que va a su izquierda, D. Hernán Cortés de Carvajal, que llegado ex profeso de Salamanca, le tiene al corriente de las novedades de la corte. La comitiva ha traspasado La Puerta de Sevilla, prácticamente desaparecida de la que solo se conservan dos grandes pilastras .El crecimiento del pueblo precisamente por ese acceso y la confluencia con la de Mártires desbordaron la estrechez de aquella convirtiéndola en mero testimonio que con los años fue completamente demolida.

Pocos vecinos se asoman a las puertas de sus casas, solo alguna mujer y los niños, curiosos con el espectáculo, que seguramente no volverán a ver en sus vidas. Llama poderosamente la atención la limpieza de la calle y la ausencia de animales domésticos que con frecuencia suelen merodear alrededor de las casa de sus dueños. Algunos perros también acompañan al cortejo, la posibilidad de obtener alguna recompensa futura parece que los anima a seguir el itinerario.

El Cabildo Municipal (Ayuntamiento) al completo también forma parte principal del cortejo. Los dos Alcaldes ordinarios, uno por el estado de los Hijodalgo y el otro por el general, junto a los regidores, Alférez Mayor, escribanos, alguaciles y otros servidores públicos, están embutidos en sus mejores galas, eso sí oscuras. El corregidor de Zafra y el Alcalde Mayor de Llerena, jerárquicamente por encima de los munícipes de Los Santos, conversan en voz baja seguramente sobre el difunto a quién no conocieron. Parte del Ayuntamiento de Usagre forma también se ha incorporado a la procesión fúnebre. D. Álvaro impuso un censo sobre sus bienes municipales y tradicionalmente han sido muy buena las relaciones de la familia Carvajal con esa localidad.

A medida de que avanzan por la citada calle de Sevilla, las viviendas presentan mejor aspecto, Sin duda se trata de las de labradores ricos que ya abundaban en aquella época. Ya se divisa el mesón principal del pueblo localizado en las proximidades de la confluencia de esta calle de Sevilla con la llamada Empedrada que es por dónde va a discurrir el cortejo hasta desembocar en la plazuela de la Fuente, lugar de pública concurrencia para abastecerse del suministro de agua, y de allí por la Puerta del Perdón, entrar en la parroquia en la que se celebrarán principalmente las exequias principales. La Iglesia aún no está totalmente terminada, el retablo del altar mayor no se finalizará hasta muy entrado el s. XVII y falta el enlosado aunque se aprecian ya algunos enterramientos como lo prueban las lápidas sepulcrales, entre ellas las de la familia Carvajal. La capilla de Garcí Pachón, muy pequeña y angosta se comunica con el Presbiterio a través de un arco, y está completamente iluminada. El número tan elevado de religiosos impide que todos estén en el Altar Mayor por lo que se ha dispuesto un grupo de bancos formando semicírculo junto a las escaleras de acceso al mismo, para el acomodo de los restantes. El túmulo con el ataúd se dispone en el centro del mismísimo altar mayor. La Iglesia completamente llena está dispuesta para el oficio de difuntos que será oficiada por el Provisor. Finalizada la ceremonia, el cortejo se dirige al Hospital-Precepetoría e Iglesia que el difunto había mandado edificar y dotar a sus expensas no sin cierta dificultad puesto que han de salvar como pueden los múltiples escombros originados por la reciente obra de la Iglesia y todavía depositados en la Plaza Grande. El edificio del Ayuntamiento, que también se encuentra en la Plaza, presenta un aspecto deplorable y a pesar de los esfuerzos en adecentarlo, la impresión que da es de completa ruina. El pueblo en masa también se dirige hacia la calle de las Huertas, dónde se sitúa el hospital y ante las pequeñas dimensiones de la Iglesia en comparación con la Parroquia, gran número de feligreses y forasteros deben seguir las funciones fúnebres fuera del recinto e incluso desde la calle. Poco antes de llegar a la fachada de la Iglesia, los porteadores son sustituidos por los capellanes que lo introducen hasta el altar mayor dónde se encuentra el sepulcro destinado a los restos mortales de D. Álvaro cuya lápida contiene el escudo de armas de la familia Carvajal y Cárdenas en la misma posición que lo esculpidos en los escudos frontales del edificio.

Aquél hombre viejo y achacoso del que hablamos al principio de este relato, debe apoyarse en su nieto, Alonso Gordillo, de no más de 18 años, para no desfallecer. Alonso Gordillo será testigo presencial y fundamental en el expediente que a mediados del s. XVII se formó para la concesión del Hábito de Santiago a D. Pedro de Villacís, pariente de los Carvajales, cuyo testimonio ha servido de base para la confección de esta narración.

SEPELIO Y EXEQUIAS DE D. ALVARO DE CARVAJAL (Continuación).

Los camilleros tenían dispuestos a los enfermos menos graves junto al costado izquierdo de la iglesia, próximos a una pequeña puerta que la comunicaba con las dependencias del hospital. Tullidos, lisiados, imposibilitados y accidentados seguían, con la atención que les permiten sus dolencias, la celebración de las honras fúnebres. Los infecciosos, que no eran muchos, participaban de la ceremonia en el piso alto a través de una ventana enrejada. Los asilados también tienen su lugar de preferencia. Ocho grandes velones de cera rodeaban el catafalco sostenidos por otros tantos pies de madera tallada.

La capilla del Rosario, junto al altar mayor, especialmente iluminada para este acto, congregaba también a numerosos miembros de la familia Carvajal que se arremolinaban alrededor de la tumba de Gonzalo, hermano de D, Álvaro a cuyas expensas fue realizada y dotada con otras tres capellanías y un suculento mayorazgo que también administraba la familia Cárdenas-Carvajal. No estaban aún concluidos los retablos del altar mayor ni los de ésta capilla. Las imágenes de un gran Crucifijo de bulto entero presidía el Presbiterio. Dos días más estuvieron expuestos los restos mortales de D. Álvaro hasta su segundo enterramiento que sería el definitivo. Durante ese periodo fueron sucediéndose sin cesar las misas rezadas y cantadas, pero el Oficiante Mayor y el gran número de sacerdotes, presbíteros y religiosos forasteros fueron marchándose a sus lugares de origen. El Provisor, seguido de su séquito, y el Administrador de la Encomienda se encaminaron juntos hacia el magnífico edificio sede de aquella.

Mientras tanto la Parroquia principal del pueblo se iba preparando para continuar allí el resto de los oficios que tanto el difunto como sus familiares habían dispuesto. Las mujeres, que hasta ese momento habían tenido un protagonismo escaso, fueron las encargadas de adecentar el templo y sus retablos, que en aquel tiempo eran ocho y tres capillas. Las misas se simultaneaban en el altar mayor como en las capillas y retablos con asistencia de numerosos fieles de ambos sexos, eso si, debidamente separados según las disposiciones que recientemente había aprobado el Cabildo Municipal y los rectores de la Iglesia Parroquial. Las mujeres también lucían sus mejores galas y también de negro riguroso.

Mientras han estado expuestos los restos mortales de D. Álvaro, la actividad de la población se ha visto reducido a lo imprescindible. Las labores agrícolas prácticamente se han paralizado y solo la atención al ganado de labor y de abasto mantienen su rutina. Los pastores, gañanes, zagales se sustituyen entre si y se turnan para asistir a las exequias. El mercado de frutas, verduras y carnes localizado entre la plaza Grande y la Chica también mantienen un ritmo normal. La carnicería pública matadero-situada junto a la antigua ermita de San Andrés ha visto aumentada su actividad. Las múltiples autoridades que en este día visitan el pueblo y los forasteros que han querido unirse han incrementado la demanda de este alimento. Así mismo, las tahonas multiplican su producción y ello a pesar de que las casa principales del pueblo cuentan con hornos propios.

Teniendo en cuenta la muchedumbre, los servidores del hospital, mayordomo y patronos tenían dispuesto lo necesario para atender cuantas necesidades se presentaban. Las cocinas, despensas y comedores estaban ejemplarmente limpios y dotados de cuantos víveres, utensilios y combustible –leña- hicieran falta. Tanto el difunto en su testamento, como los administradores del hospital, habían determinado varios repartos extraordinarios de pan entre los vecinos, forasteros y transeúntes más necesitados. El acopio de harina hecho entre las casas de D. Francisco de Cárdenas y del Hospital fueron suficientes para abastecer la ingente cantidad de personas que durante estos días se habían acercado a Los Santos, en todo caso Juan Lavado, Mayordomo del PÓSITO MUNICIPAL, estaba atento a suministrar el grano que fuera necesario a expensas del caudal del difunto. El Concejo había ordenado excepcionalmente que no se cerraran las puertas del pueblo que en número de cinco estaban repartidas en los accesos más importantes, aunque, eso sí, se había redoblado la guardia de los serenos para evitar altercados. Gran número de indigentes, mendigos y otras personas carentes de recursos se habían traslado desde los pueblos vecinos con la esperanza de satisfacer sus necesidades básicas más que de un verdadero sentimiento de pesar por la muerte de D. Álvaro . Generalmente en los testamentos de los más pudientes se establecía entre sus cláusulas el reparto extraordinario de pan y ropas entre los mendigos y pobres que en número de cientos peregrinaban cada vez que alguna persona principal fallecía. No siendo extraño que familias enteras se trasladaran al reclamo de dichas recompensas. Muchos de ellos son viejos conocidos.

La casa natal del difunto, cuyo propietario era D. Francisco de Cárdenas, sobrino de Álvaro, frente a la Plaza del pueblo, tenía las puertas de par en par. Vivienda típica de familia acomodada con dos vanos grandes en la fachada, adintelada de cantería la portada principal y con un gran escudo encima de ella con las armas propias e los dueños. Piso alto destinado a doblados, graneros y otras dependencias y con dos grandes salones a izquierda y derecha del piso bajo. Cocina inmensa al final del pasillo y las habitaciones o alcobas más bien pequeñas y oscuras. En la parte de atrás, lugar para los criados, doncellas y algún esclavo de confianza. Las traseras disponían de una puerta accesoria por la que entraban los productos del campo, el ganado de labor y de silla perfectamente acondicionadas. Precisamente, dicha puerta estaba situada justo frente al Hospital ,y el costado lateral corría por la denominada calle de las Huertas, en aquellos momentos de trasiego constante del personal de servicio de dicha casa al hospital cargados de grandes hojas de tocino conservado en sal así como de otros productos alimenticios. Tal y como había ordenado D. Francisco y su hijo Cristóbal, también repartían pan entre aquella multitud de personas que se habían acercado al Hospital para dar el último adiós al difunto. Los más agraciados, es decir aquellos que habían acompañado el féretro con velas o antorchas durante el recorrido del cortejo fúnebre, además de suministrarle ropa, también fueron obsequiados con algunas monedas que le aseguraban el sustento durante al menos una semana e incluso les repartieron varias arrobas de AGUARDIENTE, más apreciado en aquella época que el propio vino. Las grandes ollas de barro, que se asemejaban más a medias tinajas, eran los recipientes más apropiados para contener LA SOPA, compuesta de harina y grasa de cerdo –tocino- transportadas por los criados en grandes parigüelas. Las legumbres y la carne cocida de carnero y vaca eran los alimentos destinados a las autoridades que finalizaban con el postre tradicional de Los Santos, es decir, dulces de almendras y sopas de ese mismo fruto. El consumo de la patata, tan socorrido después, no se generalizó hasta el siglo siguiente. Sin embargo el del chocolate ya era frecuente entre las clases más acomodadas.

Lindera con aquella casa, la de D. GONZALO, hermano de D. Álvaro y que también ha sido heredada por la familia Cárdenas, más moderna y remozada, también adintelada y carente de escudos de armas destinada por el propietario en principio como pequeño convento de monjas del que en esa época carecía nuestro pueblo. Pero la tardanza en los permisos y los problemas que se le presentaron convencieron a D. Gonzalo para dedicar el capital que había amasado en las Indias en edificar un capilla anexa a la Iglesia del Convento como fundación propia bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Allí tendría su enterramiento y el de sus familiares. Instituyó tres capellanías y las dotó, con un importante capital que junto a su mayorazgo disfrutarían los patronos de la misma.

D. Álvaro y este D. Gonzalo eran a su vez hijos de otro Gonzalo de Carvajal y de Maria Zalamea. Descendientes de una ilustre familia que se había significado en las guerras llevadas a cabo por los reyes de España, tanto en el territorio de la Península contra los moros, como en la del Tremecen, Lepanto etc. Fueron considerados siempre como hijosdalgos notorios de sangre según las ejecutorias que lucían en sus archivos y fueron todos ellos miembros ilustres del cabildo municipal. Sus bienes eran abundantes y tenían a su servicio multitud de sirvientes y esclavos. Emparentaron con las familias más esclarecidas de los pueblos vecinos e incluso de fuera de Extremadura y tuvieron siempre el favor real.

Los canteros que habían labrado la gran losa con los escudos de armas, estaban preparados para el cierre definitivo del sepulcro. Grandes rodillos facilitaron la labor y terminada ésta, se procedió a los últimos oficios, pasando todos los presentes, incluidos los más humildes, a las dependencias del hospital para el almuerzo y la cena. Caras de circunstancias, con el mismo respeto que en las solemnidades aunque interrumpido a veces por el griterío de las personas que se arremolinaban junto a los muros del hospital, Alonso Gordillo y su nieto Gonzalo Gordillo de Saavedra no olvidarán jamás el socorro que por mandato de tan ilustre caballero les había dispensado. Mientras el pueblo iba volviendo a la normalidad y rutina diaria.

Con esta segunda parte se pone fin al relato de los testigos presénciales de las exequias de DON ALVARO DE CARVAJAL.

Los Santos de Maimona a 1 de Julio de 2010.-

Juan Murillo Tovar.

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